No fue fácil. El primer año de mi bebé no fue como lo había imaginado, pero a la vez fue maravilloso. ¿Cómo puedo entrar así en contradicción?

Pues muy sencillo, porque aunque fue un año duro, lleno de citas médicas, viajes, escayolas y férulas… fue maravilloso disfrutar de mi pequeñín precioso.

Aunque todo fuese diferente y un pelín más complicado, más difícil… aprendimos a convivir y a disfrutar de esa realidad: nuestra realidad. Y le dimos todo nuestro amor. Y él a nosotros.

El diagnóstico de los pies equinovaros fue en la ecografía de las veinte semanas. Allí fuimos, con toda nuestra ilusión, deseando saber si era niño o niña, convencidos de que todo estaba bien.

Enseguida descartaron que tuviera algo más asociado (como espina bífida) y nos quedamos tranquilos en ese sentido. Nuestro hijo vendría al mundo con los pies zambos y eso se corrige.

No tuvimos más información.

Mi hijo nació con los dos pies equinovaros, no reducibles. Y después de llamadas y algún mosqueo con atención al paciente, a los siete días de nacer mi hijo, llegamos al Hospital donde lo han tratado siempre (a unas dos horas de donde vivimos).

Allí, con mi pequeñín en brazos, enganchado a mi pecho y muchos miedos…

Nos explicaron rápidamente en que iba a consistir el tratamiento de la corrección y nos aseguraron que nuestro hijo tendría los pies bien y llevaría una vida normal.

 

La corrección

La corrección se ha realizado utilizando el Método Ponseti.

La primera fase de la corrección consistió en escayolar a mi hijo desde los pies hasta las ingles, girándole los pies forzando su posición inicial.

Según el personal sanitario esto no duele, el bebé llora porque se pone nervioso. Según yo, y estoy en lo cierto (que nadie lo dude), el bebé sufre.

Mi hijo tenía siete días y lo tumbaron en una camilla dos traumatólogos, auxiliares, enfermeras, etc… Lo rodearon, y con mucha rapidez le manipularon los pies y lo escayolaron. A papá y a mamá nos dejaron apartados… conteniendo nuestras lágrimas y sintiendo mucho dolor.

Esa fue la primera vez que oímos llorar a nuestro hijo.

Esta imagen es mía: de mi blog www.mispieszambos.com

 

Las siguientes veces tuvieron más tacto y dejaron que yo estuviera junto a mi niño, lloraba, pero por lo menos estaba con mamá, su mamá. Yo le hablaba, le acariciaba…

Y las enfermeras me reprochaban que mi hijo no utilizara chupete. Porque mi hijo nunca utilizó chupete. Según ellas, a mi hijo le poníamos un chupete y no sufriría… Pero es que mi hijo no volvía a estar bien hasta cinco días después.

¿Le duraba el susto?

No. Sentía dolor, molestia… porque si en cinco semanas te giran completamente los pies y encima te escayolan toda la pierna… algo debes sentir, ¿no?

Nunca he entendido a quien dice que los niños, por ser pequeños, no sienten dolor. Lo siento, pero no. Eso no es así. Los niños sienten, aunque sean bebés.

 

La férula Dennis-Brown

Y después de las escayolas, vino la siguiente fase. La esperábamos como santo bendimiento… pero no fue mejor. Fue peor. La férula Dennis-Brown es un aparato horroroso que inmoviliza totalmente los pies. Son dos botas sujetas a una barra metálica.

Dos botas rígidas que le hicieron una tremenda herida que tuvieron que curar y que, gracias al técnico ortopedista y a su idea de poner una goma en lo alto de la bota… no volvió a sucederle. Pero hoy, a punto de cumplir seis años, sigue teniendo la marca de esas botas.

No voy a entrar en mucho detalle, porque de todo ello ya he hablado extensamente en el blog Mis Pies Zambos, así que si quieres saber más, pásate por allí y podrás obtener más información.

La inmovilización de los pies mediante la férula Dennis-Brown (o mediante otras, que ahora me he enterado que existen otras mejores, aunque muchísimo más caras todavía) es una parte importantísima del tratamiento, porque sin ella, todo lo anterior no sirve de nada.

Normalmente, después de las escayolas se les hace una pequeña intervención (tenotomía) que es un corte en el tendón de Aquiles, pero con mi hijo no fue necesario.

Fue una etapa dura, llena de inconvenientes y bastante molesta para el niño. La estuvo llevando noche y día hasta que cumplió un año.

Esta imagen es mía: de mi blog www.mispieszambos.com

 

Ahí empezó la liberación… y sólo tenía que llevarla para dormir. Una tortura, para qué engañarnos… A última hora rompía los enganches y se rebelaba a la hora de ponérselas y… ¿cómo le explicas a un niño tan pequeño que tiene que ponérselas por su bien? ¿Que ese aparato horrendo que no le deja moverse libremente es el que le va a hacer tener los pies bien, caminar bien?

Es imposible… Pasados los dos años y medio le retiraron la férula para dormir. Todo iba sobre ruedas… Fue toda una liberación. Para él y para nosotros.

Y empezó a llevar calzado de horma recta… otra odisea… carísima y difícil de encontrar. Pero de lo malo, malo… eso es lo mejor.

Como ya te comenté el otro día en el post Yo… y mis pies zambos hoy quería comentarte así de una forma bastante rápida cómo fue nuestro primer año, y lo que supuso para él y para nosotros. El próximo lunes te explicaré un poquito más, desde esa retirada a día de hoy, en el que nos encontramos a punto de operar.

¿Habías oído hablar del Método Ponseti?

Un abrazo y mil gracias por leerme 🙂

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