Creo que voy por buen camino en esto de la disciplina positiva. Aunque, para serte sincera, yo en realidad lo que intento es criar a mis hijos de una forma respetuosa.
¿Y lo consigo?
Pues a veces sí, y otras no.
Pero si de algo me siento orgullosa es de que cada vez son más las veces que resuelvo los conflictos con respeto.
Mis hijos se merecen todo el respeto del mundo, y toda mi atención. No por ello les estoy dejando hacer lo que les da la gana. No hay que confundir.
En casa hay límites y normas, pero evitamos los castigos. Aunque a veces nos equivocamos y aplicamos castigos disfrazados de consecuencias.
Soy consciente de que me faltan herramientas, y todavía tengo mucho que mejorar y profundizar en la disciplina positiva, pero ahora mismo lo estoy haciendo lo mejor que puedo y sé.
Intento perdonarme cuando me equivoco y no sentir tanta culpa como sentía antes.
Y siempre, siempre, hablo con mis hijos y les digo cómo me siento. Y les pido perdón si me he equivocado.
Y me equivoco. Me equivoco muchas veces, porque soy humana.
Pero los grandes avances conociéndome a mí misma, han hecho que todavía me resulte más fácil conectar con mis hijos, con sus emociones y empatizar en lo que les duele, les molesta, les alegra o les entristece.
Porque la forma más fácil de entender a mis hijos es recordar y pensar cómo me sentiría yo si estuviera en su lugar. Yo siendo una niña de su edad, claro.
Intento convencerme a mí misma de que, aunque no soy la mejor madre del mundo, sí soy la mejor madre para ellos. Esa frase que tantas veces he escuchado y que intento interiorizar a base de repetirla una y otra vez.
Me alivia ser una buena madre para mis hijos, ser la mejor para ellos, en mis circunstancias y con mi recorrido.
Y es que el peso de la responsabilidad, de mi auto-exigencia en ser perfecta y no equivocarme, me han hecho sentir muchas veces que no lo soy.
Así que en el punto en el que estoy ahora, intento no ser tan dura conmigo misma. Y continuo mi camino, el mismo camino que emprendí hace poco más de siete años, cuando nació mi hijo mayor: la crianza respetuosa.
Puedo enrollarme y contarte mil historias, pero la base de todo siempre es la misma: aplicar el mismo respeto que quieres que te tengan a ti los demás, en cualquiera de las situaciones cotidianas, cada día.
Ya digo que me falta un largo trecho para llegar al punto en el que quiero estar, que nadie se equivoque, que resulta difícil ser respetuosa cuando estás agotada o cabreada como una mona.
Así que lo que intento es hacerlo lo mejor que puedo en cada momento, y acompañar sus sentimientos y emociones sin interferir en ellos. Sólo aliviando cuando es necesario.
¿Y qué hago cuando me equivoco?
Pues mira, te voy a contar lo que sucedió el otro día con mi peque mayor. Él no quería hacer algo, y yo quería que lo hiciera.
Me enfadé muchísimo y le dije que «bien, no te preocupes, pero luego no digas de hacer (ahora no recuerdo el qué)».
Él se enfadó conmigo. Y me echó en cara lo que yo le había dicho.
Y su reproche hizo que me diera cuenta de lo que acababa de hacer. Le había chantajeado. Sí, un chantaje y sin darme ni cuenta. Salió automático.
Me acerqué a él y le dije que tenía razón, que mamá se había equivocado, que eso era un chantaje y que estaba mal hacerlo y que, por supuesto, él no debía ser chantajeado. Así que, por supuesto, retiraba lo que había dicho y le pedía perdón.
De esta forma solucioné el conflicto:
Reconociendo mi error y deshaciendo un chantaje que lo único que puedo conseguir con ello es que mi hijo también haga chantajes para conseguir lo que quiere.
Porque por mucho que me duela reconocerlo, eso es lo que hice yo.
Lo curioso es que yo nunca había sido consciente de actuar así, pero como siempre digo, mis hijos son mis grandes maestros… Y cada día me enseñan a ser mejor.
Sin darnos cuenta utilizamos prácticas nada respetuosas, porque las tenemos interiorizadas y, lo que es peor, totalmente normalizadas en nuestra sociedad. Como en este caso: el chantaje.
Y luego hablamos de los chantajes de los niños… ¿Quién chantajea a quién?
Es cuestión de observar, de observarte. Porque yo también estaba convencida de que esto no lo hacía. Y el otro día lo hice, así que ya no sé si lo he hecho alguna vez más. Seguramente sí, inconscientemente. La diferencia es que mi hijo me lo reprochó, y que yo lo escuché.
¿Sabes qué ocurrió después de esta anécdota?
Después de esto yo me sentí inmensamente feliz por haber sido honesta y haber actuado en consecuencia, y mi hijo también se sintió bien al sentirse escuchado y respetado.
Y aprendimos los dos.
Yo me hice consciente de esta conducta que nunca antes había reconocido, y él aprendió qué es un chantaje, que no debe dejarse chantajear, y que si te equivocas es bueno reconocerlo y rectificar. Con amor.
Y todo eso es muy bueno para su autoestima. Y para la mía.
Siguiendo la misma línea respetuosa siempre he intentado preservar la intimidad de mis hijos, igual que preservo la de mi marido y la mía propia (aunque soy yo la que, evidentemente, está más expuesta).
Hasta ahora mi blog era anónimo y pocos conocidos sabían de su existencia.
Así que algo ha cambiado, y con ello tienen que cambiar también otras cosas que para mí son importantes preservar.
Se trata de mantener la coherencia conmigo misma, y continuar la evolución del blog con contenidos menos centrados en mis hijos, aunque sí en mi maternidad, en mi crianza y en mi mundo.
¿Tú también estás en el camino de una crianza más respetuosa? ¿Y qué tal lo llevas? ¿Te suena la situación que he comentado?
Te espero en los comentarios de aquí abajo… ¡Gracias por leerme! 🙂
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